Este alocado mundo en el que vivimos está en constante cambio, sobre todo para los que tenemos la suerte de vivir en lo que llamamos el primer mundo, lo que nos permite tener en mayor o menor medida acceso a las nuevas tecnologías, o al menos, que estas influyan en nuestras vidas de forma clara. El hecho es que esto está cambiando nuestras costumbres en muchos aspectos, siendo estos especialmente notables en nuestro modo de relacionarnos, en la forma en la que nos comunicamos y en como el contacto directo entre las personas está disminuyendo, aumentando a la vez el uso de redes sociales, webs, foros y programas tipo WhatsApp, que facilitan notablemente la comunicación entre las personas, pero a la vez la hace menos personal.
En principio, esto debería de suponer una ventaja en nuestras vidas, ya que su principal objetivo es el de facilitarnos multitud de acciones que anteriormente no teníamos tan a nuestro alcance, pero a la misma vez, implica cambios radicales en nuestra conducta, perceptibles en unos individuos mas que en otros, algo que solo el tiempo nos dirá hacia donde nos lleva. Todo ello, aplicado al cine, ha dado lugar a un cambio en la concepción y a la forma de realizarlo, y no solo me refiero a los medios que se utilizan para ello, sino al tipo de público al que va dirigido, por no hablar de la forma en la que este se publicita.
Los efectos especiales de toda la vida, esos que obligaban a realizar enormes esfuerzos a los componentes del equipo de rodaje para conseguir plasmar en las pantallas multitud de escenas que han ido quedando en nuestra memoria para siempre, han quedado relegados a un segundo plano, por no decir que van camino de la total desaparición. Me vienen a la mente maquetas de ciudades realizadas en miniatura, criaturas realizadas a la misma escala con las que había que trabajar con enorme paciencia filmando sus movimientos poco a poco, complicadas prótesis y maquillajes que obligaban a horas de preparación antes del comienzo del rodaje diario, etc. Todo ello ha dado paso a la utilización de efectos digitales, gracias a los cuales los actores simplemente han de actuar con trajes especiales que mandan una imagen de la silueta de estos a los complejos ordenadores, que crean con posterioridad la imagen que los responsables de la película quieren dar a cada personaje.
Por ello, en la actualidad hay un gran número de actores y actrices de los que gran parte del público no conoce ni su aspecto físico, ya que estos nunca salen en pantalla tal y como son. Un caso claro es el del actor Andy Serkis, que durante la última década ha dado vida a personajes tan ilustres como Gollum en la trilogía de El Señor de los Anillos (2001-2003), al gigantesco gorila King Kong en la versión de 2005 de la famosa película, así como a César, el chimpancé protagonista de la película El origen del planeta de los simios (2011) y sus secuelas. Si hablamos de los decorados, ocurre algo similar. De la construcción de elaboradas maquetas a escala se ha pasado al rodaje en croma, que consiste en extraer un color de la imagen (usualmente el verde o el azul) y reemplazar el área que ocupaba ese color por otra imagen, con la ayuda de un equipo especializado o un ordenador. Esto se hace cuando es demasiado costoso o inviable rodar al personaje en el escenario deseado, o para evitar el laborioso recorte del personaje fotograma a fotograma (rotoscopia). Os dejo un enlace a una serie de vídeos que publicamos hace algún tiempo, que os ayudarán a comprender con exactitud a lo que nos referimos, que podéis disfrutar aquí.
El principal problema que esto tiene, al menos bajo mi punto de vista, es la bastante generalizada tendencia que hay en darle mas protagonismo a la creación de dichos efectos que a la historia en si, algo que ha dado lugar a producciones de una espectacularidad incuestionable, pero que en una gran mayoría carecen de algo totalmente necesario para que el cine sea lo que debe ser, una enorme fábrica de sueños. Me refiero al alma de la película, a la historia que se nos cuenta y a su mensaje, cada vez mas arrinconados en favor de la espectacularidad, algo que hace que resulte realmente difícil encontrar producciones que, a la vez que resultan espectaculares visualmente hablando, consigan dejar huella en el espectador por lo que cuentan, en vez de por como lo hacen.
Otra de las indeseables tendencias que todo esto ha generado, es la equivocada elección que se hace a día de hoy de los actores y actrices, que en una gran mayoría son escogidos por sus cualidades físicas antes que por las virtudes que poseen para la interpretación, algo que hace que luzcan bien en pantalla, pero que sean en muchos casos incapaces de transmitir emociones de forma correcta. Se pueden contar con los dedos de una mano los actores y actrices aparecidos y elevados al estrellato en la actualidad, que hayan pasado por los teatros, algo que no hace tanto tiempo era poco menos que imposible, pero que hoy ya no resulta indispensable para la labor que realizan. Las tablas que dan el hecho de tener que representar en vivo, sin posibilidad de repetir la escena una y otra vez, obligando a la improvisación en muchos momentos en los que algo no sale exactamente como el guión indica, no pueden ser sustituidas por una cara guapa y un físico envidiable. Está claro que a nadie le amarga un dulce, pero lo suyo es que no solo luzca bien, sino que también destaque por su sabor, ustedes ya me entienden.
En mi caso en concreto esto tiene una consecuencia clara y directa: cada vez me gusta mas el cine independiente, con su evidente escasez de medios, pero rico en nuevas ideas y autenticidad, y me cuesta mas disfrutar de una superproducción, espectaculares visualmente hablando, pero carentes de interés real y capacidad de dejar huella. Se que muchos de vosotros no estaréis de acuerdo conmigo, algo que será mas común según vaya bajando la edad de quien esté leyendo este artículo, pero tengo la total convicción de que todo esto a la larga será enormemente perjudicial para este hermoso arte, que en las manos equivocadas se convierte en una sucesión de imágenes espectaculares que suelen durar en nuestra mente el tiempo que tardemos en ver la siguiente película. Yo quiero cine que me haga sentir emociones, que me conmueva y me emocione, que haga que mis neuronas se activen y mi mente se abra a nuevas ideas, que crezca y se expanda por hacerme vivir cosas que difícilmente pueda hacer en la realidad, pero que no se limiten solo a lo visual, que está muy bien, pero que si no transmite mas allá de la momentánea adrenalina de una espectacular escena, se convierten en algo parecido a los fuegos artificiales, tan hermosos visualmente como fugaces en nuestra memoria.
Los efectos especiales de toda la vida, esos que obligaban a realizar enormes esfuerzos a los componentes del equipo de rodaje para conseguir plasmar en las pantallas multitud de escenas que han ido quedando en nuestra memoria para siempre, han quedado relegados a un segundo plano, por no decir que van camino de la total desaparición. Me vienen a la mente maquetas de ciudades realizadas en miniatura, criaturas realizadas a la misma escala con las que había que trabajar con enorme paciencia filmando sus movimientos poco a poco, complicadas prótesis y maquillajes que obligaban a horas de preparación antes del comienzo del rodaje diario, etc. Todo ello ha dado paso a la utilización de efectos digitales, gracias a los cuales los actores simplemente han de actuar con trajes especiales que mandan una imagen de la silueta de estos a los complejos ordenadores, que crean con posterioridad la imagen que los responsables de la película quieren dar a cada personaje.
Por ello, en la actualidad hay un gran número de actores y actrices de los que gran parte del público no conoce ni su aspecto físico, ya que estos nunca salen en pantalla tal y como son. Un caso claro es el del actor Andy Serkis, que durante la última década ha dado vida a personajes tan ilustres como Gollum en la trilogía de El Señor de los Anillos (2001-2003), al gigantesco gorila King Kong en la versión de 2005 de la famosa película, así como a César, el chimpancé protagonista de la película El origen del planeta de los simios (2011) y sus secuelas. Si hablamos de los decorados, ocurre algo similar. De la construcción de elaboradas maquetas a escala se ha pasado al rodaje en croma, que consiste en extraer un color de la imagen (usualmente el verde o el azul) y reemplazar el área que ocupaba ese color por otra imagen, con la ayuda de un equipo especializado o un ordenador. Esto se hace cuando es demasiado costoso o inviable rodar al personaje en el escenario deseado, o para evitar el laborioso recorte del personaje fotograma a fotograma (rotoscopia). Os dejo un enlace a una serie de vídeos que publicamos hace algún tiempo, que os ayudarán a comprender con exactitud a lo que nos referimos, que podéis disfrutar aquí.
El principal problema que esto tiene, al menos bajo mi punto de vista, es la bastante generalizada tendencia que hay en darle mas protagonismo a la creación de dichos efectos que a la historia en si, algo que ha dado lugar a producciones de una espectacularidad incuestionable, pero que en una gran mayoría carecen de algo totalmente necesario para que el cine sea lo que debe ser, una enorme fábrica de sueños. Me refiero al alma de la película, a la historia que se nos cuenta y a su mensaje, cada vez mas arrinconados en favor de la espectacularidad, algo que hace que resulte realmente difícil encontrar producciones que, a la vez que resultan espectaculares visualmente hablando, consigan dejar huella en el espectador por lo que cuentan, en vez de por como lo hacen.
Otra de las indeseables tendencias que todo esto ha generado, es la equivocada elección que se hace a día de hoy de los actores y actrices, que en una gran mayoría son escogidos por sus cualidades físicas antes que por las virtudes que poseen para la interpretación, algo que hace que luzcan bien en pantalla, pero que sean en muchos casos incapaces de transmitir emociones de forma correcta. Se pueden contar con los dedos de una mano los actores y actrices aparecidos y elevados al estrellato en la actualidad, que hayan pasado por los teatros, algo que no hace tanto tiempo era poco menos que imposible, pero que hoy ya no resulta indispensable para la labor que realizan. Las tablas que dan el hecho de tener que representar en vivo, sin posibilidad de repetir la escena una y otra vez, obligando a la improvisación en muchos momentos en los que algo no sale exactamente como el guión indica, no pueden ser sustituidas por una cara guapa y un físico envidiable. Está claro que a nadie le amarga un dulce, pero lo suyo es que no solo luzca bien, sino que también destaque por su sabor, ustedes ya me entienden.
En mi caso en concreto esto tiene una consecuencia clara y directa: cada vez me gusta mas el cine independiente, con su evidente escasez de medios, pero rico en nuevas ideas y autenticidad, y me cuesta mas disfrutar de una superproducción, espectaculares visualmente hablando, pero carentes de interés real y capacidad de dejar huella. Se que muchos de vosotros no estaréis de acuerdo conmigo, algo que será mas común según vaya bajando la edad de quien esté leyendo este artículo, pero tengo la total convicción de que todo esto a la larga será enormemente perjudicial para este hermoso arte, que en las manos equivocadas se convierte en una sucesión de imágenes espectaculares que suelen durar en nuestra mente el tiempo que tardemos en ver la siguiente película. Yo quiero cine que me haga sentir emociones, que me conmueva y me emocione, que haga que mis neuronas se activen y mi mente se abra a nuevas ideas, que crezca y se expanda por hacerme vivir cosas que difícilmente pueda hacer en la realidad, pero que no se limiten solo a lo visual, que está muy bien, pero que si no transmite mas allá de la momentánea adrenalina de una espectacular escena, se convierten en algo parecido a los fuegos artificiales, tan hermosos visualmente como fugaces en nuestra memoria.